lunes, 4 de junio de 2007

Mis zapatos rojos

Resuenan los tacones de mis nuevos zapatos rojos en la calle lóbrega donde los solitarios, en las esquinas, buscan sueños a cambio de dinero. Camino sin prisa, esperando, siempre esperando… y como siempre, subo al coche de mi cliente con mi mejor sonrisa. Complacerles resulta en general sencillo, a excepción de algunos casos más peculiares. Sin dilación me pongo a trabajar, pensando en el nombre que le pondré a éste, intentando recordar su cara por si vuelve y consigo hacerle fijo. Es un hombre moreno, rubicundo y de gestos toscos y bruscos, pero es amable y no parece que me dará ningún problema. Le llamaré Ursus…, suele ocurrirme que sin dejar el ritmo, me concentro en cosas muy concretas y pierdo la noción general de la situación. Ursus tiene una negra capa de suciedad bajo las uñas, sus manos están ajadas por el trabajo, y me pide que le diga cosas tan sucias como sus uñas… comienzo con mi largo repertorio aprendido a través de los años, y dibujada la lujuria en su cara veo la oportunidad de terminar antes de lo previsto, pero él quiere aprovechar bien sus treinta euros… así que, desaparezco para amanecer en aquel tiempo tan lejano en el que tuve un amor. Intento que no me bese los labios, ni me roce el cuello, ensuciaría la imagen de mi amado que, bajo el sol caliente y apasionado de verano, me decía cosas bellas y me rendía bajo sus ojos entregándole mi vida… Y la misma vida nos separó; y la muerte nos unirá algún día.

Con manos expertas continúo, y recuerdo a Peluche, un cliente fijo al que no he vuelto a ver desde hace un año. Era uno de mis favoritos, me dejaba hacer y solo insistía en llamarme Teresa. Su tristeza era infinita y en ocasiones me hubiese gustado convertirme en ella para que alguien me amara tanto. Intentaba adivinar si el motivo de tal desamor era el desprecio, la imposibilidad o quizá la muerte, y advierto una sonrisa en mi cara al pensar que le perdí porque está con su amada.

Y sin perder el compás, ahora me sumerjo en el único amor que nunca me ha abandonado…: el mar… Y cuando la soledad se apodera de mí, doy por concluida la jornada y voy a visitarle. Le entrego mi desnudez y me limpia de miserias, engaños y decepciones…y me da paz infinita. En alguna ocasión le he pedido que me lleve con él, pero en su eterna sabiduría sus olas me devuelven a la orilla para que cuide al que habita ya en mis entrañas.

Ursus requiere toda mi atención y parece quedar satisfecho con el servicio. Nos despedimos, no sin antes regalarle un par de zalamerías y pedirle que vuelva otro día. Éste es bueno para ser de los fijos, y no hay que perder estas oportunidades.

Salgo del coche, ante la noche despejada y serena, y mientras paseo voy pensando que hoy terminaré antes y me iré a visitar a mi mar que siempre me espera y quizá hoy quiera amarme para siempre.

Y suenan mis tacones en la calzada… y mañana… mañana quizá me pondré los zapatos negros, que no me duelen y me dejan soportar mejor las oscuras noches.
"Penélope"

1 comentario:

Anónimo dijo...

qué prosa tan bonita!

David Malrana