miércoles, 20 de junio de 2007

Aquella tarde triste en que el Viento te buscaba...

… amagaban tus recuerdos por allí donde estuviste siendo niña, por allí donde la colegiala fue perversa soñando que vivir era otra cosa… Aquella tarde triste, de los puntos cardinales de la rosa que tú escgrimes siendo buena, faltaban Norte y Sur, porque naciste de la historia de un naufragio y dormías sin soñar, y sin dormir, por el Levante, como diciendo que todo quedaba descubierto más allá de la niña y de la extraña virtud que guardaba su misterio en la ensimismada agua de la alberca.

Aquella tarde triste, te buscaba el viento en desespero cuando daban las seis y media sin retorno, cuando la luz declinaba en un instante en que ya no quedaba nada por vender: sólo el futuro, el extraño futuro que se cumple cual mecánica de Dios para estos casos. Todo ocurre. Todo pasa. Todo sucede. Pero el viento aquella tarde estaba loco y galopaba desbocado hacia la nada. El sol parecía como hastiado de ser de ser sol y de dar vida… El sol, por no querer, ni tan siquiera quería contar los muertos de aquel día.

... Y el viento recitaba mi pasado anterior a tus ausencias, me contaba los motivos de la niña, de la calle y del piano; de la libertad, del libre cambio y de los toros que murieron sin saber que eran espectros totémicos del viento. Y tú no estabas, ya te digo… Tú faltabas en la brega angular y singular, como la piedra donde se forjaron el presente y sus entornos.

Aquella tarde triste, cuando el viento gemía las palabras inútiles que no decían nada, las palabras sabedoras del dolor, del veneno y la quimera, escondías tu mirada mientras Dios, y yo mismo, disfrazado de Cualquiera, batíamos los adoquines embriagados del perfume de tu ser y de tu sexo… Porque era reciente la pista de tus ojos perdidos en la locura embriagadora del ocaso.

Así llegó la noche, con el aire abatido, exangüe, derrotado, recorriendo el Laberinto del Deseo que hoy se sacia en el licor de tu recuerdo. Medio folio lleva el mistral de la amargura, camino del camino que tú esgrimes. Tortuoso, estrafalario, quizá absurdo, como el meandro del río que nos lleva por el adiós baldío del desierto.

Porque te lo digo con certeza: vendrán los días tristes y tristísimos, los días en que la tristeza del viento compungido será feliz como medida del hombre en cada instante… Oficio de vivir, oficio de poeta, algún día sabrás por qué Pavese murió en una cama asesinada por la vida. “No escribiré más, un gesto”..., “al final, lo más íntimamente temido, sucede siempre”. Recordarás, quizás, ya digo, aquella tarde triste en que el viento gemía y te buscaba... Y también es posible que te recuerde el Viento.

"Ulises"

lunes, 4 de junio de 2007

Mis zapatos rojos

Resuenan los tacones de mis nuevos zapatos rojos en la calle lóbrega donde los solitarios, en las esquinas, buscan sueños a cambio de dinero. Camino sin prisa, esperando, siempre esperando… y como siempre, subo al coche de mi cliente con mi mejor sonrisa. Complacerles resulta en general sencillo, a excepción de algunos casos más peculiares. Sin dilación me pongo a trabajar, pensando en el nombre que le pondré a éste, intentando recordar su cara por si vuelve y consigo hacerle fijo. Es un hombre moreno, rubicundo y de gestos toscos y bruscos, pero es amable y no parece que me dará ningún problema. Le llamaré Ursus…, suele ocurrirme que sin dejar el ritmo, me concentro en cosas muy concretas y pierdo la noción general de la situación. Ursus tiene una negra capa de suciedad bajo las uñas, sus manos están ajadas por el trabajo, y me pide que le diga cosas tan sucias como sus uñas… comienzo con mi largo repertorio aprendido a través de los años, y dibujada la lujuria en su cara veo la oportunidad de terminar antes de lo previsto, pero él quiere aprovechar bien sus treinta euros… así que, desaparezco para amanecer en aquel tiempo tan lejano en el que tuve un amor. Intento que no me bese los labios, ni me roce el cuello, ensuciaría la imagen de mi amado que, bajo el sol caliente y apasionado de verano, me decía cosas bellas y me rendía bajo sus ojos entregándole mi vida… Y la misma vida nos separó; y la muerte nos unirá algún día.

Con manos expertas continúo, y recuerdo a Peluche, un cliente fijo al que no he vuelto a ver desde hace un año. Era uno de mis favoritos, me dejaba hacer y solo insistía en llamarme Teresa. Su tristeza era infinita y en ocasiones me hubiese gustado convertirme en ella para que alguien me amara tanto. Intentaba adivinar si el motivo de tal desamor era el desprecio, la imposibilidad o quizá la muerte, y advierto una sonrisa en mi cara al pensar que le perdí porque está con su amada.

Y sin perder el compás, ahora me sumerjo en el único amor que nunca me ha abandonado…: el mar… Y cuando la soledad se apodera de mí, doy por concluida la jornada y voy a visitarle. Le entrego mi desnudez y me limpia de miserias, engaños y decepciones…y me da paz infinita. En alguna ocasión le he pedido que me lleve con él, pero en su eterna sabiduría sus olas me devuelven a la orilla para que cuide al que habita ya en mis entrañas.

Ursus requiere toda mi atención y parece quedar satisfecho con el servicio. Nos despedimos, no sin antes regalarle un par de zalamerías y pedirle que vuelva otro día. Éste es bueno para ser de los fijos, y no hay que perder estas oportunidades.

Salgo del coche, ante la noche despejada y serena, y mientras paseo voy pensando que hoy terminaré antes y me iré a visitar a mi mar que siempre me espera y quizá hoy quiera amarme para siempre.

Y suenan mis tacones en la calzada… y mañana… mañana quizá me pondré los zapatos negros, que no me duelen y me dejan soportar mejor las oscuras noches.
"Penélope"